SANTO ENTIERRO DE CRISTO

 


El Viernes Santo ha venido considerándose como el día más importante de la Semana Santa, ya que es el momento en el que se consuma la muerte de Jesús para, de esta manera, esperar al tercer día su Resurrección y con ella se cumpla la Redención del hombre. Tradicionalmente, en todo el orbe católico, ha sido el día de mayor actividad litúrgica y procesional de toda la Semana de Pasión, pues en él se van a condensar, en casi todos los pueblos de España, el procesionar de todos sus pasos debido a su carácter narrativo, en un acto recordatorio de lo que significó la Pasión de Cristo, en esa procesión que se viene denominando del Santo Entierro.


El día 25 de marzo de 1765 la junta de hermanos decidió traer desde Siruela (Badajoz) una imágenes que se habían encargo previamente para las funciones del Descendimiento que se celebraba en la ermita del Salvador y la procesión del Santo Entierro.


Una de estas imágenes correspondía con un Cristo Yacente articulado para desempeñar la doble función anteriormente descrita, es decir, descenderlo de la cruz para depositarlo en la urna como yacente.


La procesión se forma en la sede de la cofradía situada en el patio de San Francisco encabezada, como es habitual en esta hermandad, por el estandarte y los faroles guía. El primer tramo está configurado por los nazarenos, que a partir de 1956 sustituyeron la tradicional cruz que portaban sobre sus hombros por una vela encendida, elemento que se actualmente se ha suprimido. Entre ellos, procesiona la banda de la hermandad sin capillo y, tras ella, el paso de Cristo Crucificado, antes Cristo del Sagrario.


El segundo tramo corresponde al paso de misterio del Descendimiento, escoltado por cuatro Armaos; el tercero con el paso de la Piedad, también escoltado, seguido de la banda de los Armaos; a continuación la bocina, elemento cuya ubicación dentro del cortejo puede variar; el cuarto tramo corresponde con el Santo Entierro, escoltado por Armaos como símbolo de las tropas romanas que custodian el sepulcro de Jesús.


El quinto y último tramo corresponde con el paso de la Virgen de los Dolores acompañada por mujeres ataviadas con la típica mantilla negra, rosario, escapulario y vela encendida, como elemento imprescindible de la procesión en señal de luto y que, en cierto modo, vienen a desempeñar la función de las plañideras en los rituales funerarios.


Tras el paso de la Virgen, acompaña la autoridad religiosa, seguida de la banda municipal, quedando cerrado el cortejo por la representación de las distintas hermandades que portan sus insignias y la autoridad civil y militar que, por ser la procesión más importante, debe estar acompañada por toda la corporación municipal presidida por el Sr. Alcalde o autoridad invitada de mayor rango; todos ellos con traje negro u oscuro en señal de riguroso luto.


Tratado por todos los Evangelistas de una manera muy escueta, es uno de los momentos más importantes de la Pasión, pues, con la muerte de Cristo y su posterior deposición en el Sepulcro, culminará la Redención del hombre. Esta parquedad evangélica a la hora de narrar el Entierro, crea un vacío en el que se intercalan textos que nos hablan de actos secundarios relacionados con éste y que serán fundamentales ya que, pese a ser secundarios, se representarán plásticamente y se introducirán en el cortejo procesional adquiriendo un papel de primer orden, como es el caso del Descendimiento o la Piedad.


En esta secuencia histórica, es posible distinguir tres momentos fundamentales relacionados con el Entierro: el Descendimiento de Jesús Muerto, la Deposición en brazos de su Madre y, por último, la Sepultura. Una vez muerto Jesús es descendido y llevado a la sepultura (Mt. 27,60-61; Mc. 15,46-47; Lc. 23,53-55; Jn. 19,40-42).


Frente a la brevedad del relato en los Evangelios Canónicos habrá que recurrir a los testimonios del Pseudo Buenaventura para tener una mayor precisión a la hora de estudiar su representación. Su texto nos habla de un cortejo fúnebre y de la sepultura de Jesús, con los mismos personajes que intervienen en los acontecimientos anteriores. El cortejo fúnebre seguiría una disposición jerárquica, de tal forma que estaría encabezado por María, su Madre, seguido de las personas de mayor rango hasta finalizar con la figura de María Magdalena.


En la Semana Santa de Calzada, estos episodios no son representados pues el Entierro se individualiza mediante la figura de Jesús en el féretro o urna. Siguiendo la tradición, se representaría a Jesús en una posición cúbito supino, es decir, boca arriba y con las piernas rígidas levemente flexionadas. Su rostro, por lo general, representa a una figura muerta, que no significa una muerte consumada sino, por el contrario, una muerte llena de vida.


La nueva imagen, que podemos incluirla dentro de ese estilo de postguerra que denominamos Neobarroco, es una buena escultura tallada en madera, en buena medida, inspirada en la de Siruela. Al igual que la anterior, también corresponde a una imagen articulada para poder llevar a cabo la función del Descendimiento, función que se desarrollará hasta la principios de la década de los años sesenta y que será suprimida tras la celebración del Concilio Vaticano II. Del mismo modo, también desaparecerá la tradición de cubrir al Cristo Yacente con el sudario.


Tal y como podemos apreciar, la imagen está en una posición cúbito supino, con los brazos extendidos, así como las piernas ligeramente flexionadas hasta posar un pie sobre el otro. La escultura posee un buen estudio anatómico marcando los músculos, aunque no con la precisión que veíamos en la anterior. El cuerpo está cubierto por el paño de pureza, también anudado a la izquierda por un doble cíngulo que, al igual que la anterior, deja entrever parte de la cadera. El paño, perfectamente trabajado en planos angulosos, denotan un realismo que tiene como base la imaginería del siglo XVII. De las yagas de manos pies y costado brotan pequeños surcos de sangre que lo hacen menos sanguinolento que el anterior.


La cabeza, bien trabajada e inclinada hacia la derecha, nos muestra a un hombre de larga melena que cae sobre sus hombros, en los que la gubia incide para resaltar los diferentes mechones que componen su cabello. La barba, partida al modo siríaco, presenta una características similares.


El rostro, impregnado de una gran dulzura, posee unas perfectas facciones, con cejas bien trabajadas, nariz recta y ojos cerrados en actitud somnolente. El escultor, al igual que ocurría en al Barroco, no ha querido representar al hombre vencido por la muerte, sino que, por el contrario, ha plasmado la imagen de un hombre dormido en espera de ese despertar que será la Resurrección, en definitiva, no es un rostro en el que aparezcan los rasgos de la muerte, sino mas bien un rostro pletórico de vida.


Las carnaciones fueron muy restauradas a mediados de la década de los años ochenta, mediante la cual se limpió el ennegrecimiento producido por la acumulación de polvo, humo de las velas, etc., y se rescató la palidez que primitivamente poseía. La imagen descansa sobre un lecho de ricas telas, ya descritas en el capítulo de bordados, que lamentablemente, por cuestiones de iluminación, han sufrido un gran deterioro.


Urna. En el año 1909 se decidió adquirir un nuevo sepulcro con sus andas correspondientes que, al igual que las de Ntro. Padre Jesús, fueron realizada por el imaginero Bellido.Por suerte, esta urna no fue destruida en la guerra civil, se salvó gracias a que se conservaba en las cámaras de una casa particular, siendo recuperada para procesionar hasta nuestros días.


Está construida en caoba barnizada y en su hechura neorrenacentista retoma elementos muy cultos procedentes de la tratadística del bajo renacimiento, fundamentalmente de Serlio. Sus lados presentan una composición idéntica formados por molduras mixtilíneas con decoración vegetal en sus ángulos que sirven de marco al cerramiento de cristal. La decoración más interesante se ubica en los vértices formados por volutas con decoración de escamas que se enlazan en su derrame con estilizadas hojas de acanto. Los laterales, entremezclan decoración escamas y decoración vegetal de la que pende un paño que se dispone en ambos lados. Esta ornamentación tiene una honda raíz miguelangelesca.


La parte superior está compuesta con un cierto sentido arquitectónico ya que simula un entablamento en el que la cornisa está decorada con gotas al gusto clásico y, en su centro, aparece una cartela de cueros recortados con un tarjetón muy simple en el que no aparece ninguna decoración. Sus ángulos se rematan en la parte superior con boliches a modo de cráteras.


La tapa, con forma de pirámide truncada, está compuesta por molduras que enmarcan los cristales que la componen. Remata todo el sepulcro, un conjunto de atributos relativos a la Pasión, como es el caso del cáliz, que contiene los tres clavos, corona, lanza y el hisopo.


Como ya se ha dejado traslucir, esta urna posee un componente muy clasicista, que denota la amplia cultura del escultor que, sin lugar a dudas, retomó modelos iconográficos los dibujos de Serlio, dando lugar a una de las mejores pieza que atesora la Semana Santa calzadeña.


No obstante, debemos incidir en la desafortunada intervención llevada a cabo en el año 1996, en la que, en un intento de restauración, se lija sin ningún tipo de criterio restaurador, desapareciendo las calidades anteriores y ennegreciendo el color natural de la caoba en pro de un intento de simular una mayor vejez.


Por estos motivos, sería conveniente una nueva intervención, siguiendo criterios más acertados y coherentes, que devolviera la urna a su primitivo estado, recuperando su color y, así, definitivamente, se recuperaría el esplendor con el que fue concebido esta pieza.


Carroza. En principio, la urna se soportaba sobre las propias andas que más tarde fueron adaptadas a la carroza actual, dando lugar a una cama sostenida por nuevos balaustres que fueron sustituídos en el año 1985 por cuatro ángeles, de factura y calidad muy inferior que desmerecen la buena traza del sepulcro y que fueron adquiridos por la cantidad de 200.000 pesetas. De esta manera se elevaba mucho más el sepulcro y se recuperaba la tradición de los ángeles acompañantes del siglo XIX, que durante los primeros años del siglo XX eran ángeles en vivo representados por niños ataviados con atuendo angélico. En pro de la dignidad que merece el sepulcro, es recomendable la eliminación de estos ángeles de escaso valor artístico y su sustitución por otros elementos más acordes.


La nueva carroza, se construyó con un intento de imitar la composición y materiales del sepulcro. Sus cuatro lados se dividen cuatro y dos paños respectivamente, separados por pseudocolumnas muy estilizadas a modo de balaustres pareados. Sus paños se decoran repetitivamente con los elementos de la Pasión: cruz, cáliz, escalera, lanza, hisopo, etc., todo ello rematado por un cornisamento decorado con gotas a imitación de la urna.

La iluminación de andas y carroza ha variado con el paso del tiempo y, así, las andas de 1909 portaban unos candelabros de gran interés que más tarde fueron sustituídos al pasar a la carroza por cuatro cirios sobre la cama y sendos faroles de estilo neomudéjar.


Del mismo modo, estos faroles volvieron a ser sustituídos por cuatro hachones de cera sobre pie de madera a modo de candelabros, siguiendo un criterio muy acorde y acertado con el paso.


Al mismo tiempo que ha evolucionado la iluminación, el exorno floral también se ha ido transformando con el paso de los años. De la ausencia total de flores en las andas, se ha pasado a un enriquecimiento progresivo que culmina con ese monte de claveles y lirios con los ha sido decorado en los últimos años.


*Textos sacados del libro “Calzada Penitente, Pasos, Cofrades y Cofradías”, de los autores Enrique Herrera y Juan Zapata.